Epecuén: La increíble historia del pueblo fantasma que resurge bajo el agua

Hasta los años 70 vivió su etapa de oro. Miles de turistas arribaban cada temporada para gozar de las virtudes curativas de sus aguas. Pero el 10 de Noviembre del 85 una inundación lo borró del mapa y sus 1500 habitantes debieron dejar todo atrás, sin saber que jamás volverían a habitarlo.

La historia de Epecuén

Epecuén era famoso por sus aguas termales. El agua salada de su laguna tenía propiedades medicinales y terapéuticas, y era comparable sólo con el Mar Muerto. Su balneario, inaugurado en 1921, se convirtió rápidamente en uno de los lugares de recreación preferido por los argentinos, llegando a recibir 25.000 turistas por temporada. 

Personas de todo el país llegaban al pueblo buscando descanso, entretenimiento, y alivio para algunas enfermedades como el reumatismo y la artritis, convirtiendo al pueblo en uno de los lugares más populares del circuito hidrotermal argentino

Los eventos que llevaron a la tragedia

El pueblo estaba en lo más bajo de un sistema de lagunas conocido como “encadenadas”. Es decir, que están unidas unas a otras por medio de canales. Además, este sistema no tenía salida al océano, por lo que el agua terminaba en la última laguna (en éste caso Epecuén).

 En 1975 comenzaron las obras del canal Ameghino, que permitiría, en época de sequía, derivar agua de las zonas más altas hacia Epecuén, evitando que la laguna se seque y la temporada turística fracasase.

En 1976, con la dictadura militar, esas obras fueron abandonadas. Los desbordes del canal a medio hacer comenzaban a generar problemas, como crecidas de la laguna y avance del agua sobre la costa.

En 1977 se construyó un terraplén defensivo de 4 metros de altura, con el fin de contener el avance. Los pobladores veían que, en caso de desborde, Epecuén sufriría las consecuencias.

 

La gran inundación

Durante el año 1985 el clima en la región se tornó adverso. En 6 meses llovió lo que habitualmente llovía en un año. Tormentas fuertes azotaron la zona durante semanas. Los niveles de los ríos cercanos comenzaron a subir peligrosamente, con el agua fluyendo a través de las lagunas y canales. 

 

El terraplén aguantó, pero quedó muy erosionado. A pesar de los avisos, los funcionarios provinciales que visitaron el lugar sostenían que, de desbordar, el agua no superaría los 10 centímetros.

 

Sin embargo, aquel domingo, el 10 de Abril de 1985, la muralla no aguantó.  El agua se desbordó de manera descontrolada, e irrumpió en el pueblo cubriéndolo todo, lenta, impiadosa, e incontenible. A medida que el agua aumentaba, los residentes comenzaron a evacuar, dejando todas sus pertenencias, sin saber que nunca más las verían.

A los 7 días el agua llegaba a los 2 metros y medio.

En sólo 3 semanas la villa entera fue borrada del mapa. Sus 1500 residentes lo perdieron todo.

 

El día después

Epecuén fue lentamente cubriéndose de agua durante años. La ciudad, una vez próspera y llena de vida, fue devorada por el agua y se fue convirtiendo en un pueblo fantasma.

 Los edificios se desmoronaron, las calles se convirtieron en ríos y los árboles, ahogados bajo el agua salada, se petrificaron.  En 1993 el nivel del agua llegó a su pico máximo: 10 metros. Así quedó, sumergida, silenciosa, escondida durante dos décadas.

 

El Gobernador fue imputado por el caso (en el pueblo cuentan que eligió inundar Epecuén para salvar los campos cercanos, temiendo juicios y represalias políticas de sus dueños).

Varios funcionarios serían luego imputados por desvíos de fondos públicos.

Las pocas indemnizaciones que hubo fueron pagadas en australes, y pulverizadas por la hiperinflación.

 

El renacimiento de Epecuén

Aunque la inundación parecía haber marcado el final de la ciudad, su historia estaba lejos de terminar.

 

 Después de casi 3 décadas bajo el agua, el nivel comenzó a descender, revelando lentamente los restos de lo que alguna vez fue. Aunque el pueblo es inhabitable muchos tienen la ilusión de regresar algún día.

 

Hoy en día las ruinas son visitadas por turistas, que recorren sus calles viendo restos de casas, hoteles y árboles muertos, testigos silenciosos de la inoperancia, la corrupción y la soberbia del hombre frente a la naturaleza.

 

 

 

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